La mirada de Ronaldinho no expresó siempre esa melancolía que ahora le asfixia. Hubo un tiempo en que sus ojos no estaban teñidos de rojo, y en el que resultaba difícil reparar en el incómodo contraste cromático de unas ojeras sin fin. Ronnie, en paro a sus 35 años y abocado a cualquier cementerio de elefantes donde su hermano pueda rascar algún negocio, no logró conjugar por mucho tiempo el placer futbolístico con el terrenal, sueño de genios malditos como Garrincha. Pero su huella sigue bien visible, ya no sólo en un Barcelona al que arrancó las polillas del nuñismo, sino en un deporte que supo agarrarse a una figura que equilibró tanta alegría como espectáculo.
Uno de los asesores de Ronaldinho durante su etapa en el Barcelona se sorprendía ante la increíble capacidad del futbolista para ordenar sobre el terreno de juego todo el caos en el que se revolcaba cuando se alejaba de él. Y lo hacía con conocimiento de causa, después de ver con sus propios ojos aquellas fiestas sin fin en su mansión brasileña, en las que uno podía quedarse en cueros jugando a fútbol, mientras, tras las líneas de banda, se amontonaban las invitadas.
Antes de adivinar que la caída a los infiernos sería más rápida de lo que nadie hubiera creído, inmediatamente después de conquistar la Copa de Europa en París, Ronaldinho, que se despidió del Barcelona un verano de 2008 degustando marisco en el Botafumeiro con el capataz milanista Adriano Galliani, dejó varios momentos únicos. Imposible olvidar su hipnótica puntera de Stamford Bridge. Pero quizá ninguno tan metafórico como el vivido hace justo una década, el 19 de noviembre de 2005. Dos días antes, se había fotografiado con el Balón de Oro que recibiría días después.
Aquella noche, Ronnie, tal y como lograra Johan Cruyff en 1974 o Diego Armando Maradona en 1983, recibió los aplausos de un Santiago Bernabéu rendido a una exhibición memorable. Homenaje de la hinchada del Real Madrid tras ver cómo el delantero brasileño lideraba el triunfo del Barcelona (0-3) y completaba el tanto inaugural de Samuel Eto'o con dos goles que enviarían al camposanto a los galácticos de Florentino Pérez, quien dimitiría tres meses después. En aquel conjunto a la deriva dirigido por Vanderlei Luxemburgo, el del 'cuadrado mágico', todavía se alineaban Zidane, Ronaldo o Beckham. También Robinho, que fue quien se quedó la camiseta de Ronaldinho.
"Nunca olvidaré esta noche", repetía el diez azulgrana en los pasillos del Bernabéu después de ver por televisión los aplausos que le dedicó la hinchada blanca, algo en lo que no reparó mientras enhebraba su obra maestra. El primer gol, uno de los mejores de su carrera, llegó tras una carrera de 53 metros y siete toques en 13 segundos. En su vuelo dejó clavado a Sergio Ramos para después burlar a Iván Helguera, ya en el área, y batir a Casillas por la derecha.
El segundo tanto fue aún más vertiginoso. Deco, que ya había ejercido en el primero de Negro Henrique -futbolista que tocó el balón justo antes de que Maradona se llevara por delante a media selección inglesa en el Mundial de México 86-, volvió a desplazar la pelota hacia Ronaldinho. Esta vez bastaron 10 segundos y seis toques. Sergio Ramos, que por entonces era un chaval de 19 años que aspiraba a liderar un día la defensa blanca, acabó otra vez sentado mientras Casillas, superado a su izquierda, balbuceaba al compás de los aplausos del Bernabéu.
'Una maravilla por velocidad, control, técnica...'
"Ha sido una maravilla por velocidad, control, técnica, remate...", se congratulabaFrank Rijkaard, que aquel partido tuvo la osadía de concederle la titularidad a un imberbe de 18 años llamado Lionel Messi, el mismo a quien Ronaldinho tuteló junto a Deco hasta su último día en el Camp Nou.
"El público es inteligente", clamaba Xavi Hernández, mientras Guti, a su vera, vivía la noche a su manera: "No estuvimos a la altura de la camiseta del Real Madrid, de su escudo. Creo que es la derrota más dura que he sufrido; por el rival, por el escenario, por todo. Pero me duele, como madridista, que tu propia afición aplauda al gran rival".
Ronaldinho cambió la historia del Barcelona a golpe de cadera. Y ahora que el fútbol retoza con Messi y se ilusiona con Neymar, merece la pena acudir al punto de partida.